Paradójicamente, el Cenac
A través de los años, en el Cenac se ha venido construyendo un patrimonio vivo
Marco Guillén
La posibilidad del traslado de la Casa Presidencial a las instalaciones del Cenac solo puede concebirse desde una perspectiva totalmente alejada de lo que este espacio realmente es. Los proponentes parecen ignorar que el Cenac no es simplemente un centro de oficinas gubernamentales. Curiosamente, no se contemplan para el posible traslado presidencial otras edificaciones históricas sede de otros ministerios bien dotados de recursos y ubicadas alrededor del Cenac. Podría suponerse que estos otros ministerios sí pertenecen a esa idea de Centro Cívico Urbano que se plantea como argumento fundamental de tal propuesta. Más allá de las buenas o malas intenciones o los discursos, esto evidenciaría el verdadero valor que se le estaría otorgando a la cultura.
Más allá de lo físico. EL Cenac hace ya más de una década se convirtió en un espacio del quehacer cultural y artístico de este país donde a través de los años se ha venido construyendo un patrimonio vivo. El valor simbólico que ello implica es parte de lo intransferible de este espacio. No se trata solamente de la existencia dentro de esta edificación de dos teatros, de galerías, de salas de ensayo, del Museo de Arte y Diseño Contemporáneo, de la sede de la Compañía Nacional de Danza, de un anfiteatro, y de múltiples espacios que han sido utilizados para la creación artística alternativa. Se trata precisamente de la oportunidad que este lugar significa para el encuentro, para la convivencia, para el intercambio, para la diversidad y la diversificación del quehacer artístico y cultural de nuestro país. La diversidad en los resultados del aprovechamiento que los creadores han hecho del Cenac es un claro testigo de la condición vital de las oportunidades que en el Cenac se han suscitado. Quién crea que todo esto es canjeable por espacios distintos y aislados, no ha participado o no se ha planteado el problema más allá de su dimensión física. Para entender esto, se debería haber estado en los conciertos de música popular y clásica que han abarrotado el anfiteatro y lugares aledaños; habría que haber estado en las filas para conseguir lugar en alguno de los espectáculos simultáneos durante los Festivales de las Artes; debería haberse presenciado a los grupos de danza que han invadido los espacios no tradicionales que ofrece el CENAC; debería haberse recorrido las representaciones de diversas formas artísticas que trasladaban al público de un lugar a otro; habría que dirigirse a realizar un trámite burocrático y encontrarse a creadores ensayando, haciendo malabares o capoeira; habría que haber visitado las regulares Ferias de Artesanía, de Animé o Manga que llenan los espacios del lugar; debería haberse asistido a las mesas redondas o conferencias en las Torres del Colegio de Costa Rica. No creo que haya en este país una sola dependencia gubernamental más accesible y más concurrida de forma espontánea y libre, ni que reúna mayor afluencia de gente joven.
Construir, no destruir. Abogamos por una decidida expansión de todo este quehacer a otros espacios urbanos y, quizás aún más importante, a espacios fuera del Valle Central. Estamos conscientes de la necesidad propositiva, creativa y de gestión necesaria de parte tanto de los creadores como del Estado. Son muchos más los espacios que hay que construir para la cultura; para ese encuentro de los creadores con su quehacer, con el público, del público consigo mismo, y de todos nosotros con nuestra identidad. Pero sabemos y reclamamos que la pauta para el sector Cultura sea la de construir y no la de destruir el patrimonio construido.
Quizás la paradoja más grande de esta propuesta de traslado de la Casa Presidencial al Cenac sea el no haberse dado cuenta de que el Centro Nacional de Cultura hace ya rato es un centro cívico, no solo en un sentido simbólico, sino también en su dimensión de centro de cultura vivo, activo, accesible, y de toda la comunidad nacional.
Marco Guillén
La posibilidad del traslado de la Casa Presidencial a las instalaciones del Cenac solo puede concebirse desde una perspectiva totalmente alejada de lo que este espacio realmente es. Los proponentes parecen ignorar que el Cenac no es simplemente un centro de oficinas gubernamentales. Curiosamente, no se contemplan para el posible traslado presidencial otras edificaciones históricas sede de otros ministerios bien dotados de recursos y ubicadas alrededor del Cenac. Podría suponerse que estos otros ministerios sí pertenecen a esa idea de Centro Cívico Urbano que se plantea como argumento fundamental de tal propuesta. Más allá de las buenas o malas intenciones o los discursos, esto evidenciaría el verdadero valor que se le estaría otorgando a la cultura.
Más allá de lo físico. EL Cenac hace ya más de una década se convirtió en un espacio del quehacer cultural y artístico de este país donde a través de los años se ha venido construyendo un patrimonio vivo. El valor simbólico que ello implica es parte de lo intransferible de este espacio. No se trata solamente de la existencia dentro de esta edificación de dos teatros, de galerías, de salas de ensayo, del Museo de Arte y Diseño Contemporáneo, de la sede de la Compañía Nacional de Danza, de un anfiteatro, y de múltiples espacios que han sido utilizados para la creación artística alternativa. Se trata precisamente de la oportunidad que este lugar significa para el encuentro, para la convivencia, para el intercambio, para la diversidad y la diversificación del quehacer artístico y cultural de nuestro país. La diversidad en los resultados del aprovechamiento que los creadores han hecho del Cenac es un claro testigo de la condición vital de las oportunidades que en el Cenac se han suscitado. Quién crea que todo esto es canjeable por espacios distintos y aislados, no ha participado o no se ha planteado el problema más allá de su dimensión física. Para entender esto, se debería haber estado en los conciertos de música popular y clásica que han abarrotado el anfiteatro y lugares aledaños; habría que haber estado en las filas para conseguir lugar en alguno de los espectáculos simultáneos durante los Festivales de las Artes; debería haberse presenciado a los grupos de danza que han invadido los espacios no tradicionales que ofrece el CENAC; debería haberse recorrido las representaciones de diversas formas artísticas que trasladaban al público de un lugar a otro; habría que dirigirse a realizar un trámite burocrático y encontrarse a creadores ensayando, haciendo malabares o capoeira; habría que haber visitado las regulares Ferias de Artesanía, de Animé o Manga que llenan los espacios del lugar; debería haberse asistido a las mesas redondas o conferencias en las Torres del Colegio de Costa Rica. No creo que haya en este país una sola dependencia gubernamental más accesible y más concurrida de forma espontánea y libre, ni que reúna mayor afluencia de gente joven.
Construir, no destruir. Abogamos por una decidida expansión de todo este quehacer a otros espacios urbanos y, quizás aún más importante, a espacios fuera del Valle Central. Estamos conscientes de la necesidad propositiva, creativa y de gestión necesaria de parte tanto de los creadores como del Estado. Son muchos más los espacios que hay que construir para la cultura; para ese encuentro de los creadores con su quehacer, con el público, del público consigo mismo, y de todos nosotros con nuestra identidad. Pero sabemos y reclamamos que la pauta para el sector Cultura sea la de construir y no la de destruir el patrimonio construido.
Quizás la paradoja más grande de esta propuesta de traslado de la Casa Presidencial al Cenac sea el no haberse dado cuenta de que el Centro Nacional de Cultura hace ya rato es un centro cívico, no solo en un sentido simbólico, sino también en su dimensión de centro de cultura vivo, activo, accesible, y de toda la comunidad nacional.
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